Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que mi abuela, también ella, creia en los sueños. Otra cosa no podia significar el que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No dijo miedo a morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que habia sido la suya, en aquel momento casi al final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ese fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias que, al presentir que la muerte venia a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno a uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volveria a ver.
José Saramago
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