sábado, 23 de noviembre de 2024

Buenos y malos, y listos y tontos.

Un añorado compañero de fatigas siempre decía –medio en broma medio en serio– que aunque fuera una simplificación algo exagerada, las personas se podían clasificar en dos grupos: buenos y malos, y listos y tontos. Para analizar a una persona bastaba con coger una palabra de cada grupo. Al fin y al cabo, todos deseamos ser buenos y listos. Es cierto que los tontos y buenos resultan inofensivos. El problema siempre surgía en los otros dos grupos. Los listos malos, y los tontos malos. Mi amigo decía que, en política, siempre era mejor un listo malo, porque aunque fuera malo, como era listo, siempre se podía hablar con él, llegar a algún acuerdo y precisamente su listeza, le hacía evitar las formas más crueles de la maldad. El problema, aseguraba, eran los tontos malos. Aseguraba que cuando a uno de esos le dabas cancha o le investías de poder, como era canalla hacía lo posible para desarrollar maldad y que como era tonto nunca iba a ser consciente de su maldad. Maldad que le daba, por otra parte, capacidad de esfuerzo suficiente para no dejarse ganar batalla alguna, en las listas o en cualquier cosa que ponga en peligro el sueldo o el desalojo del poder, aprovechando el caparazón de su imbecilidad para, tras él, hacer y deshacer a su antojo. "Dale poder a un tonto, y se convertirá en tirano" o "no hay nada más peligroso que un tonto con poder"...... dicen.
 Mis cosas

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