“Si quiere usted garantías, cómprese un tostador”. Es la frase de Clint Eastwood que sirve para ilustrar cómo funciona la economía de hoy, la economía sin garantías. La última crisis económica nos ha enseñado que la teoría económica es sólo eso: teoría. No somos los seres racionales que meditan cada decisión.
Imagine que en la misma calle hay dos restaurantes italianos: Alba’s y Beatrice. Los dos tienen platos muy similares y precios casi idénticos. Los dos se enfrentan a esta velada sin ninguna reserva previa en sus libros. La crisis aprieta. El capricho quiere que la primera pareja de viandantes decida entrar en la opción A (Alba’s) sin ni siquiera asomarse al segundo restaurante. Al cabo de un rato, una segunda pareja pasa por
Lo que acaba de ocurrir es puramente aleatorio y nada tiene que ver con la supuesta lógica que debiera regir una decisión económica. Esos restaurantes A y B se han multiplicado por un trillón en la vida real, hasta convertirse en una de las mayores burbujas de la historia en los 90. “A” fue, en realidad, “AOL (America OnLine)” y “B” fue “Boo.com”, los dos mayores ejemplos de la burbuja de las punto.com y el paradigma de cómo se sigue irracionalmente a la manada. Lo mismo ha ocurrido con las hipotecas basura (subprime) que un banco tras otro han ido adoptando para alcanzar a su competencia, por muy suicida que fuera esa estrategia.
La primera epidemia que ataca la salud de la economía tradicional es la de romper la racionalidad. Nuestras decisiones no son siempre ni autónomas ni racionales. Existe una buena dosis de pereza mental, de imitación y de presión social que explica por qué contradecimos la primera lección que estudian los economistas. En la nueva economía, a la pregunta de “si todos saltan por el puente, ¿tú también lo harías?”, la respuesta es: “Probablemente sí”.
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